Viaje a La Orinoquía en Colombia, Camino a Garcitas

junio 1, 2022 Diario de viaje, Documentales, Los lugares más hermosos de Colombia

Mi recorrido por la cuenca del río Orinoco me llevó por lugares insospechados, los caminos de tierra más parecían los lechos de un arroyo donde corría el agua acumulada de la lluvia de la última semana. Garcitas tiene 78 habitantes registrados y es solo un punto diminuto en la inmensidad de los llanos donde los viajeros del Orinoco encuentran refugio.

En estas llanuras, durante la época invernal, puede llover por semanas sin tregua y se hace imposible transitar por ellas, pero cuando empecé mi viaje, apenas había comenzado a llover y la tierra reverdecía con unos tonos verdes tan luminosos que parecían irreales. Solo podía compararlos con los de la primavera de las zonas templadas, en que todos los bosques renacen al mismo tiempo. Aquí se presentaba el mismo fenómeno, pero causado por la larga sequía de la larga temporada sin lluvias.

Debimos cruzar algunos de los afluentes del Orinoco en los ferries que esperaban la llegada de los pocos vehículos que recorren esas lejanas tierras, llegamos al escudo guyanés con sus largas placas de piedra.

Me sorprendió la pericia de nuestro conductor que supo orientarse sobre esas rocas donde no había ninguna señal que marcara el camino y donde inesperadamente aparecían grandes pozos de agua. Allí la lluvia hizo una pausa y pude bajarme a conocer este extraño lugar. Me habría encantado saber de geología en ese momento para entender la historia de estas rocas. Me parecían de origen volcánico, por su color oscuro y por la textura áspera y rugosa.

Aunque estaba nublado, reflejaban el calor del sol y en los agujeros donde se acumulaba la tierra y el agua lluvia crecían plantas espinosas y algunas que nunca había visto, no sé qué tipo de planta era, pero eran semejantes a palmeras o helechos, con sus tallos altos y desprovistos de hojas o ramas y arriba tenían largas hojas que se desprendían del centro. En estas islas de vegetación vi correr las lagartijas y algunas hormigas y en los pozos de agua lluvia había renacuajos y peces pequeños.

Estuve caminando en las praderas donde la hierba crecía en abundancia y me preguntaba cómo serían estas sabanas cuando ya hubieran despertado de la sequía. Estaban rodeadas de grandes montañas de roca, no sé si sea la forma correcta de describirlas, pues no eran de tierra, sino de roca sólida.

Entre sus grietas crecía vegetación, algunos arbustos y árboles bajos y en las partes más altas alcancé a ver en la distancia unos puntos blancos. En un principio pensé que eran aves, pero luego al acercarme con el lente de la cámara, vi que eran grandes manojos de flores blancas que seguramente despertaron con las primeras lluvias.

Este recorrido fue fantástico, a pesar de la lluvia intermitente que no me permitía usar las cámaras, yo iba tratando de guardar estos lugares en mi memoria. Las praderas salpicadas con los gigantescos nidos de las termitas, la selva en los humedales y las grandes rocas negras brillando con sus colores saturados por el agua.  

Allí, entre las praderas, encontré las primeras aves de mi viaje, una pareja de sirirís, Tropical kingbird (Tyrannus melancholicus) defendiendo un árbol seco donde estaba posados dos grandes halcones, roadside hawk (Rupornis magnirostris). Parecía una pelea desigual, pero los persistentes sirirís, haciendo honor a su nombre, lograron su cometido.

Finalmente llegamos a nuestro destino, al que debíamos haber llegado la noche anterior, pero que por los retrasos de los vuelos no pudimos hacerlo. Como siempre, yo trato de encontrar el lado bueno a todo lo que me sucede, tal vez la tarde anterior, en medio de la tormenta, no hubiera tenido ese tiempo para caminar por las praderas y descubrir los secretos escondidos en las rocas.

La Posada Vichada era una pequeña parcela al lado del río Orinoco, rodeada de grandes macetas de flores y orquídeas que colgaban de los aleros y de las ramas de los árboles. Las gallinas revoloteaban picoteando los insectos y tenían una huerta bien cultivada con verduras y hierbas aromáticas.

La casa tenía una cocina tradicional con grandes ollas de aluminio pulido y brillante, que colgaban de las paredes. La vajilla de porcelana estaba organizada sobre tablones de madera rústica y los utensilios, las jarras y vasos de colores estaban organizados sobre las mesas.

Alrededor de las cocinas pude hablar con las mujeres campesinas e indígenas y conocer sobre su origen y sus vidas. Algunas habían vivido en la misma comunidad de sus ancestros, mientras que otras llegaron a la región desplazadas por la violencia. Todas ellas me compartieron sus historias de dolor, amor y alegría, a pesar de la dura vida que llevaban. Al calor de sus hogares, disfruté de sus alimentos, sus aromas y aprendí de la sabiduría que se escondía entre sus ollas.

Mientras saboreaba la comida se desató un nuevo temporal y el guía me informó que era hora de abordar la canoa que nos llevaría por el río Orinoco aguas arriba.

Comentarios

2 respuestas a “Viaje a La Orinoquía en Colombia, Camino a Garcitas”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio esta protegido por reCAPTCHA y laPolítica de privacidady losTérminos del servicio de Googlese aplican.