Mi experiencia en una tormenta tropical en el Caribe Colombiano

octubre 21, 2021 Diario de viaje, Los lugares más hermosos de Colombia

Al caer la tarde por fin refrescó un poco el bochorno del mediodía cuando el calor y la humedad se pegaban de la piel, el sol caía a plomo y la quietud se tomaba la naturaleza. 

La tarde estuvo extraña, no escuché el parloteo de los periquitos a las 4:30 y no vinieron los tucanes a las 5:00, el silencio se hizo pesado y de repente… llegó la brisa. Un poco tímida al principio, susurrando a través de las palmeras, meciendo las hierbas y las flores. Luego arremetió con fuerza arrancando las hojas de los árboles, arrastrando la ropa de los tendederos y formando remolinos de arena y tierra. 

A su paso se llevó los oscuros nubarrones dejando el cielo claro, el atardecer luminoso y dorado y la luna llena brillando entre los árboles.

La brisa refrescante presagiaba una noche tranquila, pero a las 9:00 y sin previo aviso, el viento arremetió fuerte desde el mar y una densa cortina de agua cubrió el bosque. Corrí a mi cabaña y llegué chorreando agua como si hubiera tomado una ducha; mientras me secaba el pelo y me ponía la pijama, escuché un gato maullando desesperadamente. Traté de ubicarlo con mi linterna, pero sólo oía sus maullidos entre el ruido del viento, el golpeteo incesante de la lluvia sobre el techo de palma y las olas del mar enfurecido. 

Por fin pude ver el gato, se deslizó desde el techo aterrorizado y comenzó a caminar en mi habitación. Mi cabaña tiene una colorida una puerta de madera de dos metros de ancho que mira hacia el mar, se abre por la mitad para acceder a la habitación, pero al mismo tiempo está dividida horizontalmente por el centro. Si se cierra la parte de abajo, la de arriba hace las veces de ventana. No la he cerrado desde que llegué porque me encanta sentir la brisa, escuchar las olas en la noche y las aves al amanecer. Siempre me ha gustado tener las ventanas o al menos las cortinas abiertas en todos los lugares en los que he vivido. Me gusta mirar las estrellas y la luna desde mi cama y ver los primeros rayos de luz anunciando el nuevo día. Tal vez es un gusto extravagante, porque no he encontrado a nadie que le guste dormir así. Me ha tocado amoldarme, pero si estoy durmiendo sola, lo hago lo más cerca posible del mundo exterior. 

Hoy pude haber cerrado la puerta, por la tormenta, pero realmente no me gusta dormir encerrada. El viento entraba con fuerza y agitaba el toldillo como una vela en alta mar. El gato seguía maullando y no sabía cómo calmarlo. Es un gato de la reserva, no lo conozco, ni siquiera sé si tiene un nombre. Abrí el mosquitero, entré rápidamente en la cama y lo cerré, sé que es una protección bastante frágil, pero no quiero tener el gato adentro. Comenzaron a brillar los relámpagos y a iluminar el interior de la cabaña, el ruido de los truenos era cada vez más cercano y caían uno tras otro, fueron tantos que el sonido ya no se detenía. Era el rugido del monstruo de las aguas, que brilla, resopla y ruge con una fuerza descomunal. La cabaña se llenaba de luz, temblaba y el viento traía un sabor salado desde el mar. Mientras escribo, el gato desesperado trata de entrar a mi frágil refugio de tela, sigue maullando, camina sobre la cabecera de la cama, se agarra con sus uñas del velo y cae sobre mi almohada, pero afortunadamente por fuera. 

Antes de convertirme en viajera, yo tenía dos gatitas, Lulú y Oliva, vivieron diez años a mi lado, dormían conmigo y me costó lágrimas despedirme de ellas cuando tuve que dejar mi casa. Pero ellas eran mis gatitas, tenían nombres, no eran agresivas y no tenían pulgas. Tres condiciones indispensables para dejarlas entrar en mi cama. 

El gato se tranquilizó al caer sobre la almohada y allí comenzó a lamerse el pelo, haciendo su relajada rutina de limpieza. No me atrevía a tocarlo, había estado muy alterado y entre sus maullidos, me mostraba amenazante los colmillos. Tal vez el asunto no era conmigo, simplemente estaba asustado por la tormenta y al menos dejó de maullar. Decidí cederle esa parte de la cama pero por fuera del mosquitero.  

A las 12:00 de la noche, el viento y la lluvia siguen golpeando con fuerza, los rayos a veces se alejan y se oyen como un murmullo y otras se acercan nuevamente y hacen vibrar las paredes. Algunos son tan fuertes y potentes, que la luz enceguecedora y el estruendo del rayo se disparan al unísono. ¡Ese estuvo cerca! Los perros ladran asustados y comienzan a llorar, quieren entrar.Voy a la puerta y ajustó la parte de abajo, porque ya con el gato es suficiente y las patas embarradas de los perros no las quiero dentro de mis sábanas, a ellos no los detendría el velo del toldillo.

Después de un buen rato, finalmente parece llegar un poco de calma. El viento deja descansar la vela de mi barco, el gato se estira satisfecho, los perros se acomodan cerca a la puerta y los rayos se van buscando nuevos destinos. El agua sigue cayendo con fuerza y las olas revientan con la misma intensidad a no más de 20 metros de mi cabaña. Estoy protegida porque está construida sobre las rocas y el mar está abajo. El sueño me llega lentamente y voy a dejar de escribir. 

Antes de las 6:00 entran los primeros rayos del sol y me levanto a mirar el mar, al abrir la puerta los cuatro perros se abalanzan queriendo entrar a mi habitación, tienen sus patas llenas de barro y su pelo todavía húmedo. Mejor los invito a dar un paseo, creo que todavía resienten la mala noche, porque es la primera vez que duermen en mi puerta. 

La tormenta a su paso dejó ramas, hojas y ríos de lodo y el mar que usualmente en las mañanas es azul turquesa, tranquilo y sin olas, se encuentra agitado y de color marrón oscuro.  Su fuerte oleaje trae el sedimento de los ríos y caños que tiñe las aguas casi hasta el horizonte, donde se alcanza a ver una línea de agua azul. 

Estoy dentro de un bosque seco tropical,  donde las estaciones de lluvia y sequía se encuentran muy marcadas. De junio a diciembre, es la temporada de lluvias donde el bosque reverdece y se llena de flores y enredaderas; en la época seca, las hojas se caen, las plantas se secan y el ciclo se repite. Las lluvias son quienes sostienen este ecosistema vivo y vibrante y las tormentas brindan el agua que permite al bosque mantenerse vivo y sostener la abundante vida que lo habita. 

Vivir esta tormenta a la orilla del mar me permitió experimentar el miedo, no sólo el mío, sino el de los animales a mi alrededor. Igualmente me brindó la oportunidad de hacerme consciente de mi impotencia y pequeñez ante un fenómeno gigantesco y asombroso.

Comentarios

3 respuestas a “Mi experiencia en una tormenta tropical en el Caribe Colombiano”

  1. Vicky que experiencia…… a mi me encantan las tormentas pero yo bien protegida , pero con la sola descripción que haces me dio pavor no te imagino sola bajo la tormenta.
    Un abrazote 🤗

  2. Creo que la misma tormenta la vivimos en Moñitos, el mar ruge como una gran máquina y el romanticismo de las olas reventando en la plata se pierde totalmente!!

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