La cascadas de Letchworth en el invierno
Hace unos meses, durante el verano, estuve visitando las cascadas de Letchworth en el estado de Nueva York y fue uno de esos lugares en los cuales pensé que debía volver en el invierno. Siempre me ha gustado fotografiar el hielo y de solo imaginar lo que podría encontrar allí empecé a soñar con la posibilidad de volver, pero realmente nunca creí que regresaría tan pronto.


Muchas veces los proyectos que he planeado minuciosamente se me deshacen, pero en esta ocasión la oportunidad se me presentó de repente y ver las cascadas congeladas de Letchworth fue un regalo inesperado.

El parque estatal donde están localizadas queda a una hora de la ciudad de Rochester, donde las temperaturas en el invierno son extremadamente bajas y la humedad del lago Ontario produce muchísima nieve, estos dos factores son una combinación perfecta para hacer fotografías de invierno, pero al mismo tiempo, el clima extremo hace difícil predecir si las carreteras estarán abiertas o si habrá acceso a través de los senderos, que pueden estar cubiertos de hielo.


Yo sabía que corría un riesgo, pero decidí tomarlo y empecé mi recorrido desde la Florida, a más de 2,000 kilómetros de distancia. Me encanta la sensación de viajar, de estar en la carretera y soñar con antelación con los lugares que voy a visitar. Llegué a Rochester en una noche del mes de enero, en medio de una tormenta de nieve y con una temperatura de menos 19 grados centígrados. A la mañana siguiente las carreteras secundarias todavía estaban cubiertas de nieve y hielo, así que decidí esperar.






Un par de días después amaneció muy nublado, pero al menos no estaba nevando, tomé mis cámaras y comencé a conducir, la luz difusa me favorecía para fotografiar porque cuando el sol da de lleno, es muy difícil evitar el reflejo intenso tanto sobre las cascadas, como sobre la nieve. Este era un buen presagio.

Pero al llegar al parque, encontré la carretera cerrada con una talanquera, el GPS no tenía señal y los únicos mapas de papel que encontré estaban tan congelados, que al abrirlos se deshicieron. ¡No quería regresar porque sabía que estaba muy cerca!

Esperé unos minutos y tuve la buena suerte de que pasara un guardabosques y al verme estacionada me preguntó si necesitaba ayuda. Me trajo un nuevo mapa y me explicó cuál era la ruta de acceso durante el invierno. Cuando llegué al parqueadero, el suelo estaba helado y muy liso, caminé cuidadosamente hasta la orilla mientras escuchaba el ensordecedor ruido del agua y aún no sabía qué iba a encontrar.

Entré en un mundo mágico y completamente blanco. Al principio solo veía las ramas de los árboles y arbustos recubiertos por una gruesa capa de hielo, pero al llegar al borde del acantilado noté como el vapor que se desprendía de la caída del agua se congelaba al instante sobre las rocas y las paredes del cañón. Cada pequeño rincón estaba cubierto por hielo y solo el río se deslizaba presurosos a través de ese espacio monocromático.

El viento soplaba con fuerza y el frío pasaba a través de mi ropa sin importar las capas que llevaba encima, pero la belleza del lugar era tan fascinante y sobrecogedora, que no me importó. Sabía que no podría estar allí por mucho tiempo, el acceso era muy limitado y todos los senderos estaban cerrados, pero pude ver y fotografiar dos de las cascadas.

Cada invierno ese maravilloso y etéreo mundo de cristal se construye por el agua, el viento, los cambios de temperatura y el sol, pero, aunque parece estático, no lo es y cambia se transforma incluso en unas pocas horas. Por más de 20 años he venido fotografiando el hielo y nunca había visto los carámbanos que encontré allí, esas esculturas fabulosas, van creciendo a medida que las pequeñas gotas de agua se adhieren sobre su superficie y se congelan, cuando sube la temperatura, el hielo comienza a gotear y los carámbanos se hacen más largos. El hielo toma la forma de todo lo que toca, se adapta a las curvas, texturas y tamaños y puede verse sólido, opaco o transparente según las burbujas de aire que quedan atrapadas dentro de el. Puede ser fuerte y sostener mucho peso sin romperse o ser tan frágil como el cristal y se puede quebrar con una ráfaga de viento.




Me despedí feliz de llevarme las imágenes entre mis cámaras y los recuerdos en el corazón.

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