El inicio del Camino de Santiago (día dos)

junio 25, 2023 Camino de Santiago, Diario de viaje

Inicié mi camino en la ciudad de Oporto en Portugal hacia la catedral de Santiago de Compostela en España. Los primeros kilómetros transcurrieron subiendo y bajando por las estrechas callejuelas entre el tráfico de la ciudad. Llegar al campo fue emocionante y liberador, la primavera estaba en pleno despliegue de sus colores, los árboles florecidos, y los naranjos y limones tenían más frutos que hojas. Los campos de trigo brillaban con un verde intenso, y las pequeñas flores silvestres abrían sus corolas de tonos intensos buscando la tibieza del sol.

Me sorprendió el olor, fue nuevo para mí, así que no pude identificarlo. Olor a campo, pero diferente al que conocí en Colombia o en los Estados Unidos.

Al entrar en la red de caminos, la puedo definir como un laberinto de callejones con altos muros de piedra a ambos lados. Estas paredes tienen cientos y hasta miles de años y se conservan en muy buen estado. El piso algunas veces es en tierra y otras pavimentado con pequeños adoquines de piedra cortada.

Tuve la extraña sensación de pisar donde miles de pies, como los míos, pisaron allí mismo, desgastando las piedras y dejando sobre ellas, sus prisas, sus pesares, amores y guerras.

Por fortuna, la ruta está muy bien definida con el icónico símbolo de la concha de vieira, un emblema atemporal de la propia peregrinación. Estos símbolos guiaron a los peregrinos, brindándoles dirección, privilegio y protección en su camino hacia la catedral de Santiago de Compostela.

Esta vez no estoy caminando sola, mi hijo y mi sobrina van conmigo y su compañía ha sido para mí una alegría constante. A veces vamos en silencio y otras compartiendo el asombro por todo lo que vemos. Ellos son más jóvenes y van más rápido, yo cargo mis años y registro todo lo que veo con mi cámara, no quiero perderme de nada.

Como peregrinos, recibimos una acogida maravillosa y cálida: “bom caminho” es el saludo que recibimos constantemente y hallamos fuentes de agua y  que dejaban para nosotros. Hasta el momento no nos hemos encontrado con otros caminantes, tal vez por el clima y porque aún estamos lejos.

Caminamos desde la mañana hasta el atardecer y nos detenemos a descansar y a comer dos veces.

La comida es simple y extremadamente económica. Tres mandarina por un euro, un pan recién horneado por 16 centavos y tres emparedados con tres copas de vino de la casa por €19.

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