Amaneciendo sobre las nubes en la Sierra Nevada de Santa Marta
Me encanta madrugar y esperar el sol cuando empieza su recorrido abriéndose paso entre las sombras. Este es un placer lleno de sensaciones inesperadas. Me gusta coleccionar amaneceres y los guardo y atesoro entre mis recuerdos y en mis imágenes. Los que he vivido en las cumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, han sido experiencias difíciles de describir e imposible de olvidar.

La Sierra Nevada es un sistema montañoso aislado, ubicado en la zona norte de Colombia y sin conexión con la cordillera de los Andes. Comprende todos los pisos térmicos que existen en el planeta, desde las cristalinas aguas en las cálidas playas de del Caribe, donde las temperaturas oscilan alrededor de los 30 grados centígrados. Hasta las gélidas crestas nevadas, donde Gonawindua es el pico más alto, tiene una altura de 5,700 msnm y una temperatura promedio inferior a los cero grados. En sus estribaciones se encuentran zonas desérticas y al ir ascendiendo, aparecen la selva húmeda, los bosques de niebla, el páramo y los glaciares que están cubiertos por la nieve permanente durante todo el año.

El cerro Kennedy es el lugar más alto hasta donde se puede acceder en automóvil. Para llegar a él se construyó una carretera hace unos 50 años a la que nunca se le dio mantenimiento y con el correr del tiempo y de las aguas, se fue deteriorando. Ahora semeja más ser el lecho de un río, que un camino para automóviles.
Aunque la distancia en kilómetros no es mucha, debimos salir cuando aún era noche cerrada para poder llegar a la cima antes del amanecer. Empezamos el difícil ascenso en un vehículo 4×4, en medio de la oscuridad absoluta, envuelta en una espesa neblina. El avance fue muy lento porque las grandes rocas, los charcos de barro, las profundas hondonadas y los derrumbes, zarandeaban el auto de un lado a otro. La vegetación exuberante se cerraba sobre el camino y yo sentía cómo la emoción me embargaba al ingresar en ese mundo mágico.
Ya no sentía ni el sueño, ni el frío, ni la incomodidad del camino. Las farolas del auto iban iluminando las enormes hojas de las palmas y de los helechos y las vibrantes de los chusques (especie de bambú) que se agitaban a nuestro paso. Los arroyos y las caídas de agua cruzaban una y otra vez sobre el camino, porque no había puentes.

Después de tres horas, un pálido reflejo gris iluminó el cielo presagiando el inicio de un nuevo día. La niebla densa apenas dejaba ver veladamente las siluetas de aquel mundo fantástico. La vegetación parecía flotar entre las innumerables capas de colinas sobrepuestas una tras otra.

Al ir aumentando la luz, se fueron perfilando los picos lejanos y el viento comenzó a soplar creando una mágica danza. Las nubes que perezosamente dormitaban sobre las montañas se despertaron y comenzaron a deslizarse entre las palmas de cera y los árboles cargados de musgo y líquenes.


Los tonos dorados brillaban en el cielo y se reflejaban en cada una de las gotas diminutas que reposaban entre las plantas. Caminar sobre ese mundo etéreo de gotas cristal, fue una experiencia increíble, donde pude flotar por encima de las nubes, volar sobre la Sierra y saborear el mundo desde arriba.
Al salir es sol todo se llenó de luz y un mundo nuevo y brillante surgió entre la niebla. Los árboles cargados de bromelias recobraron sus fantásticos colores, centellearon las flores, las hierbas, las hojas y las laderas de la montaña cubiertas de plantas pequeñísimas. Encontré helechos con las más variadas formas y tamaños que desplegaban lentamente sus hojas celebrando el nuevo día. Sobre las rocas oscuras se formaban cascadas de líquenes y musgos de colores inverosímiles, verdes, rosadas, amarillas y magentas



Mientas miraba este mundo fascinante, escuchaba pasar las grandes bandadas de loras, las primeras en volar, despertando a la tierra con sus alegres y ruidosos llamados. Muy pronto las acompañaron otras aves con sus cantos y los colibríes con sus fuertes zumbidos entre las fragantes flores de los árboles.





Bajé lentamente la montaña, y me fui sumergiendo en ese santuario verde, luminoso y fantástico. Cada piso térmico traía nuevas variedades de plantas y aves. Los rayos del sol tocaban las hojas a contraluz, convirtiéndolas en pequeñas joyas titilantes frente a la oscuridad del bosque.

El canto del quetzal se escuchaba a lo lejos y lo esperé ansiosamente, escudriñando entre el espeso follaje hasta que a lo lejos pude distinguir la mancha roja del plumaje de su pecho. A pesar de estar en la parte más alta del dosel del bosque y a unos cuarenta metros de distancia de donde yo me encontraba, pude acercarme con mi lente y verlo tan cercano que casi podía rozar sus fantásticas plumas con mis dedos.




La Sierra Nevada despierta en mí sentimientos de conexión intensos con la tierra y con las criaturas que la habitan. Es un lugar asombroso que me envuelve con su magia de colores, sonidos y fragancias. Me abraza con la densa neblina de sus montañas, con el brillo del sol sobre el mar, con el canto de sus aves.

Gracias por permitirnos vivir atravez de sus fotografias y palabras tan valiosas experiencias!!
Gracias ☺️
Hermoso! Gracias por compartir tus maravillosos videos